¿Dónde está el gnomo? (o qué pasa cuando faltamos a una sesión)

mayo 23, 2017


A veces, por lo que fuera, nos vemos obligados a pegar el faltazo y dejar la party incompleta. Detalles que cada mesa maneja a su manera; hay quienes deciden suspender la sesión, cambiar de juego, tomar la carretera secundaria hacia una sidequest que los saque del apuro... pero también hay quienes optan por continuar como si nada: puede que se haya dejado la campaña en un cliffhanger o que simplemente tengan un guión poco flexible que no permita demasiadas modificaciones sobre la marcha. Hay quienes entretejen complicadas redes de sucesos narrativos para justificar la ausencia, o quienes lo dejan pasar como si el personaje no existiera. Quienes toman al personaje ausente como npc, o lo dejan en manos de los demás jugadores para que abusen de él.

Como ya comentaba en la entrada anterior, cada mesa funciona a su manera, y pocas son las decisiones que pueden catalogarse como equivocadas en materia de reglas de convivencia y consistencia narrativa. Esta vez, y a modo de anécdota, he sido yo quien se ha visto obligado a dejar desamparados a sus compañeros durante un momento de tensión difícil de patear para más adelante, y a poco de enterarme cómo se dieron las cosas en mi ausencia, me vi obligado a plasmar todo esto en una nueva entrada y, claro, un relato tontorrón narrando los pormenores de mi ausencia.  

En lo personal, me encuentro en un momento poco compatible entre el gusto por los cliffhangers y el amor a las sidequests como salida al problema del ausentismo en las mesas de juego. No me gusta, más que nada porque queda feo narrativamente hablando, dejar un cliffhanger colgado, para retomarlo en sesiones discontinuas. Pero, uno entiende con los años que la dificultad para mantener la regularidad de una campaña en edades adultas obliga a continuar a pesar de las ausencias, a riesgo de matar la campaña entera por la terca necesidad de tener a todos los personajes presentes todo el tiempo. Hoy por hoy, cuando dirijo -y dirijo mucho menos de lo que quisiera- lo hago continuando los ejes principales de la campaña, sin reparar demasiado en quien está y quien no, pero admito que me ha costado unos buenos años aprender a hacer esto y conseguir cierta conciliación con la idea de avanzar con la tripulación mermada. 

No hay mucho más que, como decía antes, encontrar una forma cómoda de lidiar -como grupo- con el ausentismo. A fin de cuentas, a las historias le quedan bien casi todas las justificaciones narrativas que el director de turno le pueda poner, más que nada porque sólo se trata de un juego. Si aun así se busca una linea narrativa limpia, que no presente vacío alguno, al estilo de una novela o lo que sea, lo mejor es dar rienda suelta a la fantasía, y llenar los huecos apoyándonos en nuestros propios jugadores. Si la historia la hacemos entre todos, los huecos han de ser llenados de la misma forma. 

En fin... un relato más al baúl:

“Mañana” se dijo a sí mismo al abrir los ojos en la oscuridad. Envuelto en un silencio absoluto, palpó el suelo sobre el que despertó, descubriéndose más pesado y adolorido de lo esperado. Su cabeza daba vueltas, su cuello, húmedo de sudor frío, giraba con dificultad y, sus manos, temblorosas, rozaban la superficie con la única certeza de no encontrarse en el campamento.

No sin esfuerzo, Eshu logró incorporarse, balanceándose en la penumbra hasta dar con una mohosa pared de piedra. Sin reparar en ello, como flotando en el espacio, se vio atraído por el fulgor anaranjado de un pasillo hasta allí pasado por alto. Lo observó con cierto asombro, hipnotizado por el movimiento danzante de cientos de sombras que, de repente, transitaban por la luz. Dio, sin pensarlo, uno, dos, tres pasos hacia adelante, empujado a sumarse a la procesión, para encontrarse finalmente sólo, deambulando por una verde pradera nocturna.

La opaca iluminación, transformada ahora en cientos de pequeñas llamas flotando en el horizonte, proyectaba a sus pies la silueta deformada de grandes seres sin forma que buscaban alcanzarlo.

No pudo reaccionar. En un movimiento vacío, observó a sus agresores invisibles y se dejó caer.

Abrió los ojos, nuevamente, en una húmeda cueva mohosa apenas iluminada. A su espalda, los pasos de  numerosas criaturas lo atormentaban: sostenían un ritmo monótono, pesado, irreal. De pronto, sin percibir su acercamiento, el cálido aliento fétido de una hiena con gesto burlón dominó su mundo. El ardor ya olvidado de un mordisco recibido días atrás volvió a invadir sus sentidos, calentando su interior y adormeciendo su cuerpo.  Aguantó sin embargo el grito de terror, no por valentía sino por falta de fuerzas. En su lugar, acompañando la mínima apertura  de sus labios, el estruendo de la tormenta llenó el vacío.
Volvió a verse rodeado de una pradera infinita. Una fuerte lluvia golpeando su rostro pareció volverlo a la realidad, justo cuando el cielo estalló en relámpagos. Junto a él, la esbelta figura de un elfo cubierto por oscuros ropajes sonreía. Nada pudo decir. El cielo volvió a estallar.


Con el rostro iluminado por el violáceo océano superior, despertó una vez más en un grito ahogado y sostenido. “¿Has dormido bien?” preguntó esta vez una voz conocida, “llevas ya un par de días preso de las altas temperaturas por aquella infección” 

Nos vemos la próxima, e intenten no faltar a sus partidas.  

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